EL DÍA INTERNACIONAL Y NACIONAL DEL LIBRO Y DEL DERECHO DE AUTOR

Luis Oporto, mayo de 2021

A nivel mundial se generó un verdadero culto al libro. La rica tradición de Cataluña de obsequiar el 23 de abril una rosa con cada libro vendido, fue la base para universalizar la costumbre. En España se celebra este acontecimiento desde 1930 y coincide con la entrega que hace el rey del Premio “Miguel de Cervantes”. En 1964 quedó instituido oficialmente como el Día del Libro para todos los países de lengua castellana y portuguesa. A principios de los 90, la Unión Internacional de Editores (UIE), planteó por primera vez la idea de designar al 23 de abril, como Día Mundial del Libro. Por su parte, la Comunidad Europea lo proclamó como Día Europeo del Libro en 1993. España presentó el proyecto definitivo a la UNESCO, coincidiendo con la moción de la Federación Rusa de incluir el Derecho de Autor a la celebración. De esa manera en 1995 la Conferencia General de la UNESCO proclamó al 23 de abril como Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, conmemorando de esa manera la gesta de grandes escritores como Miguel de Cervantes (España), William Shakespeare (Inglaterra) o el Inca Garcilaso de la Vega (Perú), que nacieron o murieron en esa emblemática fecha, buscando generar conciencia en los Estados miembros sobre la importancia del libro para la difusión del conocimiento, por ser portador de información y cultura, es decir un instrumento para el cambio y el desarrollo de los pueblos y naciones.

En Bolivia le cabe el mérito de incluir esa fecha histórica en el calendario cultural de Bolivia a la Prof. potosina Victoria Terán de Sarmiento, miembro de la Unión Boliviana de Clubes del Libro (UBCLi), quien solicitó al Ministerio de Educación y Cultura, declarar al 23 de abril como Día Nacional del Libro, reconociendo su función social invalorable e imprescindible, como promotor de la dignidad, la libertad y la comprensión humanas, petición que llevó al Ministerio de Educación de Bolivia a promulgar la Resolución nº 1146/90 de 2 de abril de 1990, que declaró al 23 de abril como Día Nacional del Libro, cinco años antes de que la UNESCO declarara ese mismo día como Día Mundial del Libro. El 2007 el Ministerio de Educación declaró al 23 de abril como Jornada Nacional de Lectura.

Detrás del libro se desenvuelve un microcosmos conformado por distintos actores sociales y mecanismos de difusión: a) El autor, creador intelectual de la obra. Para él, cada libro es como un hijo; b) Agentes y representantes de autores, responsables de negociar los mejores términos posibles para el autor (en países del primer mundo tienen notable significancia, que en el nuestro aún no han alcanzado); c) El editor y el impresor, responsables de concretizar la obra; d) Libreros y placistas , responsables de su comercialización; e) Bibliotecólogos y bibliotecarios, responsables de sistematizarlos, accesibilizarlos y difundirlos; y f) El lector, usuario o sujeto natural (incluyendo en éste a los bibliógrafos), se empodera y apropia del libro para diversos fines, sociales, culturales, políticos, mercantiles, educativos, o el simple disfrute del tiempo libre. Ubicados en los límites de la cadena del libro, autor y lector son interdependientes, pues se complementan perfectamente: si falta el lector, el autor no tendría para quien escribir, y por contrapartida si el autor deja de crear, el lector sencillamente entraría en un estado de anomia total.

No basta que un autor escriba un libro, sino que éste debe insertarse en su mercado natural para adquirir una especie de carta de ciudadanía. Si no logra ese objetivo, el libro a pesar de estar impreso es como si no existiera. Eso explica por qué miles de títulos nunca han logrado un impacto en la sociedad, pero es también evidente que pocos títulos han tenido la capacidad de transformar el mundo. Para la circulación y uso del libro se han creado y desarrollado diversos mecanismos, unos de tipo comercial y otros de carácter social. Es doloroso ver ediciones íntegras que van directamente al reciclaje. Entre los primeros se encuentran las librerías, que han formado poderosas redes de circulación y distribución nacional e internacional. Entre los segundos están las bibliotecas, centros de documentación y otras unidades de información, que tienen la noble misión de socializar el contenido de los libros, de liberarlos para disfrute de la sociedad y servir a sus comunidades de lectores. La biblioteca sublima en grado superlativo al libro, garantiza el derecho de acceso a la cultura y la información, y otros colaterales de tercera y cuarta generación. El conocimiento es la llave del progreso y desarrollo de las naciones, es el mecanismo coadyuvante y esencial de todo proceso revolucionario así como del proceso educativo, el que –sin el respaldo de las bibliotecas—no lograría sus ansiados propósitos de educar e instruir a la niñez y la juventud, fundamentalmente.

Eso explica que hubiera sido objeto de censura, persecución y destrucción, fenómeno de todos los tiempos y espacios geográficos. Eso explica el afán casi enfermizo de las élites al servicio de las pequeñas oligarquías de apoderarse de su contenido, de usar el conocimiento en sus fines e intereses de grupo, esa es la explicación por la que esos grupos de poder impidieron históricamente que las grandes mayorías se ilustren, porque un pueblo informado alcanzará su libertad e independencia plena. Eso explica que desde muy temprano el libro hubiera sido confiscado por las oligarquías que las custodiaron en palacios y templos, y luego en monasterios, hasta que los filósofos lograron romper sus ataduras para alcanzar el conocimiento a las grandes mayorías, en un proceso dramático, que se sirvió de la revolución social para sus propósitos.

La Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, fomenta la lectura y busca la democratización del conocimiento, abriendo de manera irrestricta sus bibliotecas y archivos al uso público, así como la oferta bibliográfica de su producción impresa en los últimos 25 años.