La Hazaña Cultural de Andrés de Santa Cruz: Creación de las Bibliotecas Públicas

Luis Oporto Ordóñez, 05 de julio de 2021

Andrés de Santa Cruz fue el más grande gestor cultural del siglo XIX. El 30 de junio de 1838 instruyó el establecimiento de bibliotecas públicas en los departamentos del país, incluso el Litoral y Tarija, los más alejados de los centros de poder político y comercial. Erige las bibliotecas públicas en medio de un contexto bélico en el que Bolivia enfrentó a los ejércitos de Chile y Argentina, opuestos a sangre y fuego a la Confederación Perú-Boliviana. Es admirable que, no obstante el estado de guerra, el Mariscal no hubiera descuidado el fomento a la lectura, escribiendo así una de las páginas épicas en la Historia de la Cultura de Bolivia. Se puede pensar con justa razón que no era el momento adecuado para ocuparse de bibliotecas pues Bolivia enfrentaba una situación internacional delicada. En su plan de gobierno, Santa Cruz menciona como pilares: la concordia, reciprocidad y “olvido eterno de agravios y rencores”; respeto a los negocios eclesiásticos “sin supersticiones, sin fanatismo”; el “dulce deber de pagar a su gobierno un justo tributo”; pero sobre todos ellos, la educación pública “ha llamado su atención con preferencia: escuelas y liceos, planes de estudios, maestros y sus dotaciones. Medios de comunicación de ideas y pensamientos; honor a los literatos, Ese su afán y su embelezo”.

Santa Cruz soñaba con bibliotecas cómodas y bien dotadas, limpias y aseadas, atendidas por un director, dos bibliotecarios y un portero. Las Bibliotecas Públicas dependían de la Suprema Inspección del Gobierno, bajo la dirección del Instituto Nacional y de las Sociedades de Literatura a nivel departamental. Esta medida debe ser entendida como una Política de Estado para garantizar el acceso a la cultura. En efecto, consideraba que las bibliotecas debían estar dirigidas por personas probas. Para ello se instruyó instalar el Instituto Nacional y la Sociedad Literaria de La Paz de Ayacucho, creadas por Ley de 9 de enero de 1827, con los objetivos de “promover los progresos de la ilustración (y) uniformar la enseñanza”.

Crispín Diez de Medina, dijo al referirse a la trascendencia del acto, en el que hacía entrever la importancia de la ciencia histórica en el desarrollo de las naciones:

!Oh, padre de la Patria Andrés Santa Cruz: tú mereces mayores aplausos que aquellos [Bolívar y Sucre]: tú apareces en este mundo como creador de las ciencias y artes, mientras aquellos no eran sino protectores… Mediante el planteamiento de aquella ley tú has abierto la comunicación de las luces de este siglo con el de Médicis, con el de Carlos V y con el de Luis XV; tú te empeñas en que las ciencias desciendan de sus alturas para que aquí abajo se humanizen con nosotros: que sus maravillas que estaban ocultas entre el mundo y su Criador, se sometan a nuestros pensamientos, y que su dialecto como una lengua técnica se haga una lengua universal. ¡Que prodijio! Con estos hechos no solo manifestáis que eres hombre, sino que sois más. Has llenado uno de tus más sagrados deberes.

Detrás de aquella oratoria subyace la importancia del libro y del conocimiento que transmite, pero también del papel de las bibliotecas y del rol de los bibliotecarios. Eran los “medios de comunicación de ideas y pensamientos” que planteó en julio de 1829, al inicio de su gobierno, el elemento fundamental para la obra magna del fomento a la lectura.

Ningún detalle escapó al estadista, pues tomó previsiones económicas (rentas, impuestos y diversos gravámenes, incluyendo los de uso “reservado” de su despacho), el personal, el material bibliográfico (ordenó recoger los libros de los colegios de Ciencias y Artes, así como de los conventos extinguidos), instauró el depósito legal (obligación de toda imprenta, estatal o privada, de pasar a cada una de las bibliotecas públicas, un ejemplar de los que den a luz) y la infraestructura (instruyó a los prefectos, señalar el edificio para su funcionamiento y la dotación de muebles, piezas y útiles necesarios).

Entre tanto, Santa Cruz combatía las tropas argentinas aliadas a Chile que invadieron el sur de Bolivia el 24 de junio de 1838. El 16 de julio, el Gral. Manuel Bulnes sale de Valparaíso con 30 barcos de guerra transportando 5.400 soldados. Agustín Gamarra, es nombrado Encargado de la República del Perú, calificado por ello como insigne traidor. Santa Cruz ingresa triunfal en Lima, el 10 de noviembre, en medio de vítores y caluroso recibimiento de la población.

El 30 de noviembre de 1838 se inauguró, en solemne acto, la Biblioteca Pública de La Paz. Su director José Manuel Loza lo calificó como “acontecimiento extraordinario que nos hace gustar de la paz entre las zozobras de la guerra”, afirmando que “un torrente de luz se deposita en este archivo de las producciones intelectuales del hombre” y dirigiéndose a la audiencia evocó con aprecio al Mariscal ausente:

Vosotros habéis iluminado la cuna de Santa Cruz, destinado a ilustrar su nombre armis et litteris: vosotros hacéis renovar su memoria, con un esplendor tan permanente como su fama; y os dais la agradable ocasión de invocarle, como al Restaurador de la Patria, como al Protector de la Confederación Perú-Boliviana y como al Mecenas Supremo de la Literatura.

En el ínterin, continuaba la guerra internacional. El 6 de enero de 1839, el Ejército de la Confederación de Santa Cruz enfrentó al llamado “Ejército Restaurador Chile-Perú”, en la batalla de Huaras. El 12 de enero, las Armadas de ambos ejércitos se enfrentaron en el Combate Naval de Casma, con el triunfo de Chile. El 20 de enero, se produce la Batalla de Yungay, favorable a Chile, decretando la disolución de la Confederación y la caída de Santa Cruz. No obstante, en ese mundo de Armis et Litteris, la obra cultural que inició, continuó intermitente, pero imparable.