Las imprentas en los albores de la República de Bolivia

Luis Oporto Ordóñez, julio de 2022

Simón Bolívar, el gran Libertador, afirmaba con contundencia que “las batallas se ganan con ejércitos muy bien entrenados y armados, pero las guerras se ganan con la palabra impresa en las gacetas”. En efecto, con esa premisa impulsó la creación del Correo del Orinoco, el arma letal contra la corona española a la que combatió, hasta lograr su expulsión de Sudamérica. La decisión de Bolívar fue originada por el papel influyente que desempeñó La Gazeta de Caracas, prensa al servicio de España, que ganó el favor de las acaudaladas clases sociales de esa época en Venezuela. La Gazeta de Caracas se convirtió en un objetivo militar y botín de guerra, pasando de un bando a otro, según las circunstancias.

En la gesta independentista de Charcas, realistas y patriotas imprimieron proclamas a favor de sus divergentes causas, entre ellos, el Gobernador Intendente de La Paz, Pío Tristán, en 1812, y José Manuel Goyeneche, el tristemente célebre Conde de Guaqui, en 1813, difundiendo proclamas militares, compitiendo en este método con los generales argentinos de los Ejércitos Auxiliares, Juan José Castelli (1811) y Manuel Belgrano (1813).

Ambas fuerzas abrieron un segundo plano del combate, esta vez por medio de la palabra impresa, para captar el sentimiento de los habitantes de Charcas a su favor. Uno de esos militares de las Provincias Unidas del Río de la Plata, según distintas versiones, habrían dejado la primera prensa manual en Macha, a su retirada del Alto Perú, y dos banderas que fueron puestas a buen resguardo por el cura Araníbar, un guerrillero de la independencia, como afirma Gover Zárate.

El punto de partida de periodismo

La imprenta fue utilizada por primera vez en la cruenta y larga Guerra de Independencia, tanto por los ejércitos patriotas como aquellos al servicio de la Corona Española. Estas célebres imprentas volantes eran trasladadas a grupa de mula por escabrosas sendas trajinadas por ejércitos de aymaras y quechuas al mando de jefes blancos y mestizos. Una de ellas fue introducida por el Gral. Andrés de Santa Cruz a La Paz, que habría sido la primera en llegar a esa ciudad, y que “al mismo tiempo que impone a los habitantes una contribución de doscientos mil pesos, para cubrir los gastos de la campaña, les obsequia con un instrumento de cultura”, como afirma Alfonso Crespo.

Con ella se llegó a imprimir La Gaceta del Ejército de los Libertadores del Sud, en Viacha y La Paz, y se le atribuye, en agosto de 1823, la impresión de la “proclama que el general Santa Cruz dirigiera a los altoperuanos dándoles aviso de su presencia en el país, al mando de la expedición que Bolívar destacara sobre el Collasuyo, como indica Gunnar Mendoza. Por su parte, José Rosendo Gutiérrez, confirma que “Tenemos en nuestra colección la Gaceta del Ejército del Perú Libertador del Sud, editada en La Paz, el 17 de agosto de 1823 en la imprenta del Ejército Libertador del Sud, que corrió a cargo de don José Rodríguez”.

Luego de la victoria de Zepita, en septiembre de 1823, Santa Cruz acorralado por el ejército realista al mando del virrey La Serna, y sus lugartenientes Valdés y Olañeta, emprende una desordenada retirada, seguido muy de cerca por los realistas, autoexiliándose en Piura, a los 31 años.

La imprenta fue incautada casi inmediatamente en el pueblo de Calamarca por el General Pedro Antonio de Olañeta, quien la usó con similares propósitos de propaganda. En un panfleto impreso el 30 de septiembre de 1823, informa que “… al llegar a Calamarca, tomamos 80 prisioneros, 10 cajones de municiones, la imprenta, (y a) su director don José Rodríguez, que fue”. Ese boletín publicado por Olañeta en la ciudad de La Paz, llevaba un epígrafe que decía: imprenta tomada al traidor Santa Cruz, recordándole a la población el pasado de aquel al servicio del Rey. Fue bautizada con el nombre de Imprenta Volante de Vanguardia e Imprenta del Ejército Real, donde se publicó el célebre boletín El Telégrafo, el 20 de octubre de 1823, según Alberto.

La imprenta fue incautada casi inmediatamente en el pueblo de Calamarca por el General Pedro Antonio de Olañeta, quien la usó con similares propósitos de propaganda. En un panfleto impreso el 30 de septiembre de 1823, informa que “… al llegar a Calamarca, tomamos 80 prisioneros, 10 cajones de municiones, la imprenta, (y a) su director don José Rodríguez, que fue”. Ese boletín publicado por Olañeta en la ciudad de La Paz, llevaba un epígrafe que decía: imprenta tomada al traidor Santa Cruz, recordándole a la población el pasado de aquel al servicio del Rey. Fue bautizada con el nombre de Imprenta Volante de Vanguardia e Imprenta del Ejército Real, donde se publicó el célebre boletín El Telégrafo, el 20 de octubre de 1823, según Alberto.

Finot se basó para su afirmación en un artículo de José Rosendo Gutiérrez, quien escribió textualmente: “La vez que visitamos la rica biblioteca del señor don Gregorio Beeche, éste nos mostró una hoja impresa en Tupiza o Cotagaita por la imprenta que tenía la división Olañeta, diciéndonos que era la primera hoja que se había impreso en Bolivia en fecha muy anterior a 1823 y que dicha imprenta la obtuvo Olañeta de las provincias argentinas”.

Sin embargo, José Rosendo Gutiérrez –que no llegó a ver la fecha impresa—advierte y aclara que “El hecho merece verificarse; pero entretanto suponemos que ella no era sino la tomada a Santa Cruz según parte oficial de Olañeta”.

Se afirma que la imprenta en poder de Olañeta fue recuperada el 1 de abril de 1825 por las tropas leales al Mariscal Antonio José de Sucre en la Batalla de Tumusla, quien –según Alberto Crespo— la entregó a la Universidad Mayor de San Francisco Xavier, denominada Imprenta del Ejército Libertador, administrada por Fermín Arébalo, donde se habría publicado, el 1 de abril de ese año, el célebre decreto del 9 de febrero de 1825, “en un pliego florete todo el impreso en un solo lado en dos anchas columnas; evidentemente destinada a fijarse en carteles”, para garantizar su conocimiento por parte del vecindario.

Gabriel René Moreno sostiene que además se hizo otra impresión del famoso decreto del 9 de febrero, esta vez en pliego florete impreso en sus tres caras, destinada al lector, proeza que se atribuye a Casimiro Olañeta en una complicada gestión que Rodolfo Salamanca denominó el intríngulis histórico. La diferencia entre uno y otro radica en el carácter oficial, pues solo el primero estaba “autorizado autográficamente”, como señala René Moreno.

Si aquello fuera cierto, el decreto del 9 de febrero se habría editado el mismo día de la Batalla de Tumusla, donde el Gral. Olañeta “pierde el combate y pierde la vida”, en la que se afirma que Sucre recuperó la imprenta volante que perdiera Santa Cruz. Hay que hacer notar que Sucre no intervino en la Batalla de Tumusla, sino más bien Carlos Medinaceli, antiguo lugarteniente realista que se insurreccionó contra Olañeta y le presentó combate en Tumusla.

El papel de la prensa

Como se puede ver, el panorama es confuso. Pareciera más bien que se trata de dos imprentas distintas, siendo una de ellas recuperada de los realistas, y la otra internada por el joven Mariscal de Ayacucho, quien, de acuerdo a Barros Arana “…llevaba consigo, con el nombre de “imprenta volante” un taller tipográfico suficiente para servir las necesidades editoriales de la campaña, y que después de la jornada gloriosa de Ayacucho, la imprenta volante marchó a La Paz, en el séquito del general Sucre”.

La imprenta del Ejército Libertador editó dos números de El Chuquisaqueño en La Paz, el 1 y 3 de febrero de 1825, que habría publicado el citado polémico decreto con anterioridad al 9 de febrero; lo que implica que no puede tratarse de la incautada a Olañeta. Así lo hace saber José Rosendo Gutiérrez, quien solo afirma lo que vieron sus ojos: “El primer periódico que apareció en Bolivia el mismo año de 1825 fue “El Chuquisaqueño”, cuyo número se publicó el 1 de febrero en la ciudad de La Paz en 4° papel común”.

El acucioso J. R. Gutiérrez aporta importantes datos que aclaran de manera categórica este aspecto y le da la razón a Barros Arana: “Hasta 1825 no se editó ningún folleto en Bolivia. El más antiguo a nuestro parecer es un “catecismo masónico”, editado en La Paz en ese año. Su tipo revela que fue impreso en la imprenta del ejército que trajo la división libertadora a órdenes de Sucre y en la que se publicó meses después la Memoria dirigida por el Mariscal de Ayacucho a la Primera Asamblea Deliberante del Alto Perú”.

En esta época pre y post independentista, los periódicos generalmente eran “sostenidos por los gobernantes de aquellos tiempos, propiamente eran gacetas oficiales, encargadas de echar incienso a sus respectivos Mecenas y llenar de improperios a los enemigos políticos del gobierno, como afirma Víctor Santa Cruz.

La gobernabilidad y estabilidad política de los gobernantes en esa época heroica, dependía del rol de la prensa para ganar el favor del ciudadano. Es así que los primeros gobiernos republicanos apostaron a esa estrategia, contratando los servicios de tipógrafos y editores para apoyar a sus administraciones con periódicos muy bien establecidos, como fueron El Cóndor de Bolivia, periódico de combate que acompañó al Mariscal Antonio José de Sucre, y El Iris de La Paz, suelto diario que libró batallas literarias y políticas a favor del Mariscal Andrés de Santa Cruz.